PRIMERA PARTE: Aventuras en el Veleta tomando medidas de contaminación lumínica.
© Juanjo Segovia. 14/08/2018.
Eran las 4 de la tarde, del día 9 de agosto del año 2018. Pocas horas antes era inviable realizar el estudio de contaminación lumínica en el Veleta, (Sierra Nevada – Granada). Por causa de la ola de calor de días anteriores y de las malas condiciones de la turbulencia atmosférica, además hacían imposible la realización de fotografía planetaria.
Sin embargo, los pronósticos climáticos cambiaron repentinamente. Jesús Navas me comunicó en esa misma mañana que el tiempo indicaba que sería el mejor de todos los próximos días, además había que contar con la posición de la Luna que, de dejarlo para futuros días, su presencia dificultaría la toma de datos.
La maquinaria administrativa se precipitó rápidamente: emails y llamadas de teléfonos para reactivar los permisos burocráticos pertinentes, que desencadenarían la posibilidad de subir en coche para el transporte del material, desde la carretera de la Hoya de la Mora hacia la Carihuela del Veleta, gracias a un permiso especial por motivos de investigación. Al mediodía recibimos la confirmación de la autorización.
Eran las 16:00 horas del día 9, el GPS del coche marcaba la llegada al destino de la Hoya de la Mora a 2500 metros de altura para las 18:02 horas. El barrerista del lugar se marchaba a esa misma hora. Todavía estábamos al inicio del viaje y quedaban 169 kms, y aún teníamos que repostar. Un viaje inquieto por la falta de tiempo. Finalmente, pudimos cumplir con el horario y el barrerista autorizó la entrada.
Conforme subíamos con el coche, nuestro ánimo se acrecentaba, eufórico por la belleza del lugar. Un terreno mágico, con vistas impresionantes. Claros, sombras y contrastes que marcaban las crestas de las montañas. Marrones y oscuridades negras fusionándose en armonía de divergencias con un lechoso blanco inmaculado de grandes trazas nevadas, que aún en pleno verano se dejaban ver con formas singulares y alargadas,
por donde en la lejanía se observaban algunos senderistas, plantas y flores endémicas, que cuando pasamos junto al abandonado observatorio astronómico de la Universidad de Granada, llamó la atención de Jesús, una bella Digitalis purpurea; llamada así por la forma de dedo o dedal, que por cierto, a pesar de ser venenosa, tiene propiedades medicinales y es empleada para combatir arritmias y deficiencias cardíacas, y la fauna típica del lugar, curiosas cabras monteses que observaban nuestro inusual paso.
¡Qué más podíamos pedir! Llegamos al mismísimo vértice del Veleta a las 20:12 horas sin apenas esfuerzo, sin embargo, el poco tramo que tuvimos que andar, hacía notar los estragos del mal de altura, pero no le di mucha importancia, ya que con andar más despacio parecía mitigar sus efectos.
¡Qué maravilla a estos 3396 metros de altura! Nos sentimos afortunados de poder contemplar ese cielo azul, como hace mucho tiempo que no recordaba, si es que lo recordaba; con una gran variedad de matices y degradados de azules y blancos, una puesta de Sol que parecía observada a vista de pájaro o desde un avión. Pareciera que nosotros estuviéramos a la misma altura del astro rey, y aún podíamos contemplar el cielo bajo nuestros pies.
En cuanto a las vistas terrestres, hacia el sur y a nuestros pies se observaba el Refugio de Poqueira al pie del Mulhacén; del que gratos recuerdos me traen. Alzando la vista, lejano en el horizonte, la parte de invernaderos de Almería, un poco más hacia la derecha los pueblos de La Apujarra granadina: Bubión, Capileira y Pampaneira.
Hacia el noroeste la zona de la costa de Málaga, llamando la atención el Pico del Lucero y la Maroma en la sierra de Tejeda – Almijara, a los cuales había que mirarlos de forma extraña, pues en lugar de mirar hacia arriba, teníamos que bajar la cabeza debido a la gran altura a la que nos encontrábamos. Por último, hacia el este o sureste se observaba una gran tormenta con rayos y relámpagos de preciosos colores anaranjados, donde se apreciaba claramente cómo la luz descendía del cielo y posteriormente se reflejaba en la tierra. Al principio creíamos que era la sierra de Cazorla, pero al día siguiente Jesús me notificó que se trataba de la zona de Murcia.
Ni que decir, de la grandiosidad de los otros picos más emblemáticos de Sierra Nevada, como el Mulhacén, el Alcazaba, el Cerro de los Machos, o el Pico del Caballo; donde mi imaginación se desbordaba y me hacía recordar lugares cercanos, como la Laguna de la Mosca, o el Refugio de la Caldera con su laguna, a los pies del mismo Mulhacén.
¡Ohh, qué esplendor el del Mons Solaris! Como lo llamaron los romanos, o Yabal Sulayr como así nombraron los árabes del siglo X a Sierra Nevada, montaña del Sol; debido a que éste brillaba en las perpetuas nieves, reflejando la luz dorada de sus cumbres hasta media hora después de haberse puesto en Granada, siendo a partir del siglo XVIII, cuando se le bautiza con el nombre que conocemos hoy día: Sierra Nevada.
Una temperatura agradable, y sin viento. Jesús de vez en cuando me decía tras mirar a Venus con los prismáticos: “Oh Juanjo…”. Yo ya sabía lo que quería decir, las condiciones de la turbulencia atmosférica eran muy buenas. Todo perfecto para haber podido realizar fotografía planetaria; sin embargo, la falta de tiempo, hizo que no se pudiera desplazar el telescopio en esta ocasión, pues además no estaba en mi posesión. Sin embargo, fue mejor así, pues no hubiera dado tiempo a realizar los dos trabajos simultáneamente.
Pronto empezó a destacar en el cielo desde el oeste al este: Venus, Júpiter, Saturno y Marte, todos ellos se podían contemplar al mismo tiempo en la franja del cielo. Estuvimos enseñándoselo a un montañero solitario llamado Pepe que venía de Madrid, el cual, fue el único que se quedó a dormir esta noche a pocos metros de nosotros. Se puede observar a este montañero en la fotografía panorámica junto a la derecha de la caseta de piedra del Veleta, (foto mostrada en la segunda parte). Si bien, también subieron dos ciclistas desde la Hoya de la Mora, pero pronto regresaron. Pepe llegó al Veleta ese día, poco después de nuestra llegada, desde el Pico del Caballo, y tras dormir aquí, tenía previsto continuar al día siguiente hasta el Mulhacén. Este hombre a pesar de ser de Madrid, tenía un conocimiento exhaustivo de la zona y fue quien nos mostró el Pico del Lucero y la Maroma, lo que le agradezco desde aquí. Lástima que no le pueda remitir este escrito, ojalá algún día lo lea en nuestra web.
Todo perfecto, empezamos a realizar las primeras fotografías panorámicas a las 21:00 horas, aún de día para poder apreciar el paisaje. Sin embargo, la Sierra se guardaba una sorpresa.
Sólo 22 minutos después, cuando el Sol ya se encontraba ocultándose por el horizonte, la temperatura empezó a descender drásticamente. Reme que nos acompañaba, tuvo que tenderse en el aún cálido lecho rocoso para evitar el frío.
Poco tiempo después, nuestro trabajo despertó al Dios Eolo, y lo que era una noche agradable de verano, se convirtió en un infierno helado. El frío invadió nuestros huesos. El termómetro del coche, aunque marcaba 5 grados, Jesús me comentó que la sensación térmica prevista era de 2 grados bajo cero, yo diría que debido al viento la impresión del helor era mayor. Sin embargo, el termómetro del SQM marcaba 7° C.
Llegados este momento, acompañé a Reme al coche pues no soportaba las inclemencias del tiempo.
Conocedor de lo traicionera que puede resultar la sierra, iba bien equipado con ropa de abrigo: tres pantalones térmicos, seis capas en la parte del pecho, entre los que se incluían un plumón, un forro polar y un corta viento. Además, unas buenas botas con calcetines gordos térmicos, dos cuellos polares, uno a modo de gorro y guantes con dedos descubiertos para poder escribir. Ni siquiera con esta ropa logré vencer al frío.
El mal agudo de montaña, conocido coloquialmente como mal de altura, y con otros muchos términos como: mal de páramo, soroche, apunamiento, puna o babiao; comenzó sus efectos a mayor escala. Con tan sólo realizar algún esfuerzo la falta de respiración, por lo menos en mí, se hacía más que evidente. Sólo el hecho de cambiarme de calcetines o atar los cordones de las botas, se ralentizó más del doble o el triple de lo que hubiera sido en condiciones normales.
A las 23:07 horas terminamos de realizar todas las tomas fotográficas necesarias para posteriormente poder realizar los montajes panorámicos donde apreciar las campanas de luz que desprende los diferentes núcleos urbanos.
Sin perder tiempo, a partir de aquí, a las 23:15 horas, Jesús empezó a tomar medidas de la contaminación lumínica con el SQM (Sky Quality Meter) y yo las iba escribiendo a mano en una pequeña libretilla donde Jesús previamente había confeccionado una tabla manuscrita para ello. Dicha tabla constaba de 6 columnas para los datos obtenidos a distintas alturas: 0°, 15°, 30°, 45°, 60°, y 75°. Luego había una única medida para los 90° del cénit. A su vez, para cada una de estas alturas, en la tabla existía una casilla para los valores horizontales a: 0°, 15°, 30°, 45°, 60°, 75°, 90°, 105°, 120°, 135°, 150°, 165°, 180°, 195°, 210°, 225°, 240°, 255°, 270°, 285°, 300°, 315°, 330°, y 345°. En fin, un total de 145 medidas. De las cuales, la medida más oscura se produjo a 60° de altura, marcando el SQM el valor de 21.44 en dos ocasiones: a 105° de azimut, y a 150°.
La verdad es que la libretilla era un poco pequeña, todavía me acuerdo de Jesús por lo reducido de la misma. Imaginad una tabla con 145 datos pendientes por rellenar en una hoja de apenas 14 cm x 9. Si sólo fuera eso, no pasa nada; pero a esto hay que añadir las condiciones en las que deben ser escritas: con frío, viento, sin luz, o mejor dicho con una linterna roja sobre la cabeza, y las secuelas de la falta de oxígeno, que dificultaba la respiración. Tal era el caso, que había momentos en que no controlaba dónde se encontraba el extremo del bolígrafo y el inicio del papel, costándome trabajo apoyar la punta del esferográfico sobre el documento. No recuerdo que nunca hubiera tardado tanto tiempo en escribir un número de cuatro cifras. Sin darme cuenta, con tal fuerza debí tomar el bolígrafo, que luego noté mi dedo índice insensible.
De vez en cuando, notaba como si mi cara y labios me picaran o dolieran. Al tocarlos notaba una sensación extraña que no puedo explicar, no sé si es que no los sentía o que su textura era como más densa.
Mi postura, sentado en el suelo, o más bien dicho, tirado sobre la roca, acurrucado intentando protegerme del viento y el frío, hizo que se me durmiera una pierna, que posteriormente cuando traté de incorporarme, lo tuve que hacer tendiéndome en el suelo cuidándome mucho de no salir rodando monte abajo. Esto me causó una risa desenfrenada ya que tardé algún tiempo en recuperar la movilidad de la pierna.
Por otro lado, a Jesús le escuchaba decir que tenía tanto frío que no tenía fuerzas para apretar el botón del SQM y poder tomar cada medida de la contaminación lumínica. Muchas veces le escuchaba frotar las manos sobre la ropa para entrar en calor, yo por mi parte, no tenía fuerza ni para levantar la cabeza y mirarle.
Ahora comprendo mejor por mi propia experiencia, qué deben sentir los montañeros profesionales en circunstancias extremas, en donde se pierde incluso la capacidad de razonar.
Así estuvimos desde las 23:15 horas hasta las 00:39 horas en la que terminamos de tomar y apuntar las mediciones. Cerca de 1 hora y 25 minutos soportando tales inclemencias, en donde Jesús se encontraba literalmente agarrado al vértice geodésico para no caer al abismo; lugar donde teníamos estacionado el trípode y los instrumentos de medición.
Jesús tuvo que terminar borracho o mareado de estar tanto tiempo anclado al punto de señalización geográfico, pues con tantas medidas, tuvo que dar al menos 6 vueltas al mismo, sin contar con las otras para realizar las fotos panorámicas. No creo que ninguna persona haya dado hasta ahora tantos giros a este pilar de hormigón.
En cuanto al trabajo en sí mismo de las mediciones, Jesús pudo comprobar que el SQM en ciertas ocasiones daba unos datos incoherentes, por lo que había que repetir varias veces las mismas medidas, comentándome que posiblemente fueran debido a que estaba marcando la presencia de la Vía Láctea.
Otra cosa que pude observar, es que los datos medidos por el SQM, no son fieles a la fotografía panorámica que se realizó cuando aún era de día, pues durante la toma de datos de medidas de contaminación, las condiciones atmosféricas cambiaron, de forma tal, que en algunas partes del horizonte se crearon unas nubes bajas densas y oscuras que tapaban en parte la campana de luz de las ciudades situadas en el arco que abarca los puntos cardinales sur, suroeste, oeste, y noroeste. Por ello, creo que las medidas del SQM son en realidad un poco más favorables y optimistas de las que deberían ser en el caso de que no hubieran existido esas nubes. Lamentablemente no se nos ocurrió volver a realizar una serie de tomas de fotografías para una nueva panorámica. ¡Gracias a Dios, porque de lo contrario, lo mismo no lo contamos!
¡Por fin llegó el momento de bajar del Veleta! El trabajo de campo estaba terminado, pero aún quedaba por realizar con la cámara réflex algunas tomas de flats para la posterior calibración de las fotografías, (los darks y bias ya se realizaron en la cima del Veleta), así que realizamos una parada en la Hoya de la Mora, para realizarlas, aunque la verdad, los resultados obtenidos no fueron los deseados debido a que se usó la pantalla del ordenador como fondo, y tuvieron que ser repetidos posteriormente en Málaga. Esta parada hizo que llegáramos a Málaga sobre las 05:00 horas.
Dos días después, Jesús Navas me confirma que la Universidad Complutense de Madrid, ya había recibido los datos que tomamos de la contaminación lumínica y había elaborado el mapa.
Tras revisar las ilustraciones mostradas hasta ahora en mi artículo, he podido comprobar que la sensación o sentimiento que transmiten dichas imágenes, no corresponde a la situación de dureza que experimentamos en realidad, tal como se expresa en este escrito. Esto es debido a que todas las fotografías mostradas fueron realizadas antes de caer la noche, y aún la temperatura no había bajado, y todavía estábamos contentos, sin cansancio, y con pocos efectos del mal de altura.
Por ello, quiero mostrar aquí dos fotografías algo más acorde con la realidad vivida, aunque sean imágenes de inferior calidad. De las dos imágenes siguientes, en la primera, se aprecia cómo estaba forrado hinchado de ropa, aunque he de decir, que estas dos fotografías son una recreación que se hicieron al final del trabajo, y la verdad es que tampoco muestra mi postura real de cuando estaba tomando notas. Yo no me encontraba tan bien sentadito como aparece en la fotografía, sino como dije antes, más bien tirado y acurrucado en la piedra resguardándome del frío. Tampoco es real las condiciones de luminosidad que aparece en ésta primera foto, donde se aprecia mucha luz en primer plano para poder captar mi imagen.
Ésta segunda imagen, podríamos decir que es la más acorde con la realidad, pues muestra las condiciones reales de iluminación que teníamos, y además aparece Jesús manipulando el SQM sobre el pilar geodésico, del que en realidad nunca se separó.
Por último, a título personal, esta experiencia también sirvió para nuestro hijo Eduardo, que, con casi 6 años de edad, para que pudiera asistir Reme al evento, fue la primera vez en su vida que se quedó a dormir en casa de un familiar, venciendo a sus muchas negativas hasta este momento.
Por mi parte esto es todo. Espero que durante el rato de lectura hayáis disfrutado vivenciando con la imaginación y sintiendo esas energías del lugar, de la misma forma en que se siente al leer una novela o contemplar una película.
Sin más, os dejo con la segunda parte, la más técnica y científica relatada por Jesús Navas.
Juanjo Segovia
Málaga a 14 de agosto de 2018
Una respuesta
[…] nuestra web de la Agrupación Astronómica, en su momento, les contamos las aventuras que vivimos allí y posteriormente se publicó el estudio que realizó Jesús […]